SE DEFINE COMO “PUTA Y FEMINISTA”
16 de enero de 2018

“Mi nombre es Georgina Orellano y soy trabajadora sexual”

La Secretaria General de AMMAR abrió las puertas de la organización para tener una charla a fondo sobre los derechos que exigen, la pasión militante y cómo viven la lucha para ser reconocidas como trabajadoras.

Por: Melina S. Banini

Las paredes de la oficina de AMMAR tienen un sinfín de mensajes y convicciones. En una de ellas se encuentra una vagina gigante que hicieron para la Marcha del Orgullo en 2015 y nunca más dejaron de llevarla a las movilizaciones y reuniones. Las fotos colgadas representan momentos especiales de la organización, y predominan también mensajes de lucha, como el reclamo de justicia de Santiago Maldonado. Ubicada dentro de la CTA, el equipo de trabajo continuaba la jornada pasado el atardecer. Los acompañaba Santino, hijo de Georgina Orellano, con su guardapolvo y su Tablet dándole alegría a la sede. Los mates no tardaron en llegar y fueron el condimento ideal para la tarde mientras el sol iba desapareciendo. Santino preguntaba, emocionado, si su mamá iba a dar una entrevista.

¿Qué es para vos AMMAR?

Georgina: AMMAR es una organización que nace producto de la violencia institucional, una de las peores que padecemos y sufrimos las mujeres que ejercemos el trabajo sexual. A través de ella comenzamos a dar discusiones internas y tener procesos de maduración. Para nosotras es indispensable tener una herramienta legal, amparada por el Estado, para que no se vulneren más nuestros derechos. Queremos que regularicen el ejercicio del trabajo sexual autónomo, que nos saquen de la clandestinidad y que podamos acceder a derechos laborales.

¿En qué momento de tu vida decidiste ejercer el trabajo sexual?

G: Cuando terminé el secundario comencé a buscar una salida laboral que me generara una economía estable para no depender más de mi mamá. Los trabajos posibles en ese momento eran muy mal pagos y muy feminizados, como ser niñera, empleada de casas particulares o con toda la suerte cajera de supermercado. El trabajo sexual representó mi mejor opción. Elegí que entre todas las ofertas era la que más me gustaba, ya que me daba autonomía y una estabilidad económica que me permitió independizarme.

¿Cuál es la peor violencia que sufren las trabajadoras sexuales?

A nosotras siempre en todos los espacios donde nos convocan para charlar suelen preguntarnos eso. Y coincidimos todas: más allá de las historias personales, la peor violencia es la sufrida por la policía. Muchos esperan que digamos que la peor violencia es la del cliente, pero se quedan pensando cuando les planteamos otro sujeto político, el propio Estado es el que nos agrede.

En varios reportajes afirmaste que la organización tiene una perspectiva de clase y que a su vez es anticapitalista: ¿podrías desarrollar ese concepto?

Efectivamente tengo conciencia de clase. Antes de militar en la organización pensaba que las personas valíamos por lo que teníamos y no por lo que éramos. Mi nivel de vida estaba justamente dando respuesta a un nivel de consumismo y capital que representaba lo que otros esperan de la sociedad, y no de lo que quería de mí misma. Vivía en un barrio caro y mandaba a mi hijo a una escuela privada creyendo que era alguien por eso. Cuando llegué a la organización y lo primero que vi fue que las trabajadoras sexuales tenían las mismas condiciones que otros empleados explotados, precarizados, con contratos basuras y flexibilizados, me cambió la vida. Pude darme cuenta de que todo lo que hacía no respondía a mi interés, sino a los de otros, por lo que modifiqué hábitos cotidianos: mi hijo fue a una escuela pública, cambié de barrio y dejé de ponerme la ropa más cara. Es por eso que hay que tener conciencia de clase y a su vez una lucha anticapitalista.

Nosotras no somos las únicas explotadas, la mayoría de las trabajadoras no eligen trabajar donde trabajan. Toda la clase obrera tiene esas necesidades. Por eso estamos en total desacuerdo con las organizaciones que nos cuestionan, porque al decir que “hay que abolir el trabajo sexual” excluyen las problemáticas de otras trabajadoras. Nosotras creemos que hay que abolir al capitalismo, quien explota los cuerpos.

¿Creés que los ciudadanos son más abiertos que antes respecto a su lucha?

Durante los últimos años la organización emprendió otras estrategias para disputar otros espacios, por ejemplo en el Encuentro Nacional de Mujeres. Haber vuelto a “incomodar” otros sectores sociales logró que haya muchas personas que tengan la posibilidad de escucharnos por primera vez e interpelarse, cuestionar su posición ideológica respecto a la prostitución. Eso significa un avance. Hoy son muchas las trabajadoras sexuales en redes sociales y foros de debate que participan en otros espacios feministas dando su posición. Los “papelitos” pegados en las calles fueron una lucha muy fuerte, ya que hubo una campaña nacional que pedía que los arranquemos porque significaban redes de trata, y fue ahí cuando empezamos a explicar que no era así, sino que éramos trabajadoras sexuales que vendíamos nuestros servicios por ese medio. Además, recordemos que recurrir a los papelitos fue consecuencia de la eliminación del Rubro 59. Dejamos de tener ese espacio para visualizarnos y reacomodamos nuestra condición laboral. Salimos de las normas establecidas y eso también produjo rechazo en muchas personas.

¿Qué relación tenés con tus compañeras?

Frente a la ausencia del Estado nos cuidamos mucho entre nosotras y hay mucha solidaridad, más aún si trabajás en la calle, en un departamento privado o en redes sociales. Todas las estrategias y herramientas que llevamos adelante desde la organización para cuidarnos de la violencia institucional, para que las policía no nos detenga, no nos violente, no nos allane ni que los vecinos nos denuncien es la respuesta al compañerismo que hay entre nosotras. Ante cualquier problema salimos todas a responder. Las compañeras que trabajan a la noche son las más expuestas. Una vez me pasó y la organización respondió rápidamente y de forma efectiva. Eso enamora a las nuevas militantes, enamoramos a las compañeras. La única herramienta de lucha que tenemos es la organización sindical.

¿Notas avances o retrocesos en este nuevo contexto político?

Desde hace poco tiempo en este nuevo contexto hay mayor violencia institucional, casos que antes no se presentaban. Hace dos años no teníamos tanto problema con el espacio público, y hoy todas las demandas son de ese estilo, en la calle, que no pueden trabajar, que los policías las corren, que los vecinos las denuncian, que las detienen por resistencia a la autoridad. Mucha conflictividad social con las trabajadoras sexuales, y ni hablar de las provincias. Algunas van presas hasta 30 días.

En tu libro “Puta y feminista”, ¿qué fue lo más fuerte que contaste?

Respecto a mi libro, la parte más fuerte que me costó contar fue cómo vivimos toda la interna para conseguir un taller que se llame “trabajadoras sexuales” en el Encuentro Nacional de Mujeres. La última vez que viajamos a Rosario, dos de nuestras compañeras tenían fiebre y fueron igual. Como muchos militantes dejamos todo. Nuestra vida pasó a ser AMMAR. Y eso tiene un costo político. Estar al frente de esta organización es difícil porque sigue estigmatizado. Hacerte pública y decir “soy trabajadora sexual” con todo lo que eso conlleva es algo que intenté contar en el libro. Lo más fuerte es eso, la militancia, el desgaste físico y emocional, tener que explicar todo el tiempo por qué somos trabajadoras sexuales. ¿A quién se le pregunta todo el tiempo por qué trabaja de lo que trabaja? ¿Al taxista le preguntas? ¿Al verdulero? ¿A la administrativa? Quise contar qué le demandamos al Estado. También qué otras relaciones tenemos con los clientes, ya que no es sólo el trabajo que conocen. Con mi cliente hay una negociación, ofrezco un servicio, le pongo un precio y comenzamos a conversar. Sabemos que muchos clientes son machistas como toda la sociedad en la que vivimos.

¿Qué crees sobre la postura abolicionista?

Desde la organización creemos que todas las voces tienen que ser escuchadas. El Estado tiene que llevar las dos políticas públicas: reinserción laboral y alternativas laborales para las trabajadoras que no eligen libremente esa opción y un marco legal y acceso a derechos laborales para quienes sí decidimos hacerlo, pero en mejores condiciones, por ejemplo acceder a obra social y aportes jubilatorios. No somos un River-Boca, pero sí muy claras, no tenés que ser abolicionista o estar en la vereda de en frente, si no abrazar las dos luchas. Pedimos respeto, no hay que cuestionar a quienes eligen serlo, bastante lidiamos con la sociedad en la que vivimos: sé solidaria de verdad, respetá nuestra postura a pesar de que pensemos distinto.

¿Cómo relacionan a la organización con la inclusión?

La organización es inclusión social. Como “no somos parte” de la clase trabajadora, todo lo pensamos desde afuera. Trabajamos para estar incluidas en todos esos sectores y nuestros problemas también son por ser mujer, por estar dentro de una sociedad machista y patriarcal, por la pobreza, explotación y malas condiciones laborales. Es sentirnos parte de algo, de una clase, de una sociedad y saber que la lucha tiene que ser desde ahí, posicionándonos. Muchas que empiezan a militar piensan que no son nada o que son malas madres. Mucha culpa. Pero eso no nos pasa sólo a nosotras, también le pasa a la docente que sale a trabajar y le da culpa dejar a su hijo tantas horas solo. La sociedad logra que tengamos que sentir culpa, hasta por desear o tener placer. Eso nos invita a luchar para tomar nuestras propias decisiones y tener mayor libertad o los mismos privilegios que tienen los hombres.

Sabemos objetivamente que hay más hombres que mujeres dentro del Estado, pero ¿qué pensamiento ideológico predomina específicamente en las funcionarias públicas?

Antes pensábamos que había un feminismo único que estaba en contra del trabajo sexual y militamos mucho tiempo creyendo eso. Con el tiempo nos dimos cuenta de que en Argentina hay un feminismo de clase, histórico, que es blanco, académico y que va a llegar al Estado porque tuvieron otros privilegios y necesitan sostenerlos, que son el de hablar por todas. Quienes están dentro del Estado tienen una postura abolicionista porque no encontramos la manera en que ellas nos puedan dar identidad como sujeto político. Ellas siempre van a estar hablando por todas las mujeres y no entienden algunas complejidades. La mayoría de funcionarias son abolicionistas porque hay una diferencia de clase, un privilegio que nosotras no tenemos y una consecuencia que ellas van a sostener ese lugar de poder callar las voces de muchas mujeres y dejando afuera muchas maneras de feminismos: negras, lesbianas y trabajadoras trans. Eso por suerte ahora está un poco más discutido aunque siempre miran para otro lado para así poder institucionalizar su feminismo, negando la capacidad de decisión de nosotras. No necesitamos iluminadas, pero ellas creen que lo son.

*Foto: Víctor Sequeira

Secretaría General

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